Vicios ocultos se titula en español Your Friends And Neighbors, dándole una capita de moralina y un punto hortera que el título original en inglés no tiene. El talento de Jon Hamm, ese Cary Grant del siglo XXI, merecía algo mejor. En nombre de los hispanohablantes: sorry, Jon.

La serie de Apple TV+ cuenta la historia de un rico muy rico que se convierte en pobre muy pobre de la noche a la mañana. Para mantener su estatus, empieza a robar a sus vecinos, metiéndose en un lío chungo-picaresco que se complica hasta la catástrofe. Mientras tanto, retrata las vidas de esos gestores de fondos, financieros y altísimos ejecutivos a los que no les caben los ceros en la cuenta. La cosa podría ser la enésima variación del tema los ricos también lloran, si no fuera por un apunte que le leí al crítico de The New York Times Ross Douthat (lástima, ya podría habérseme ocurrido a mí: supongo que por eso él vive en el barrio de los columnistas millonarios, y yo aún no tengo la jubilación asegurada).

Dice Douthat que a esta gente le falta lo que Bourdieu llamaba distinción. Son riquísimos, pero sus modales, sus ropas, sus rituales y sus hábitos solo son una versión un poco más hortera que los de clase media alta. Cuando Marcel Proust escribió lo suyo, narró la vida de personas que no se parecían en nada al parisino medio. Cuando Truman Capote escribió Plegarias atendidas también destapó los tejados, al modo del diablo cojuelo, de unas señoras muy distinguidas que no hablaban ni caminaban como cualquiera. Los personajes de Vicios ocultos solo tienen dinero. Nada más. Cualquier abogado o médico al que le vaya bien es como ellos. A la madre de Capote la rechazaron por no saber estar. Hoy, la aceptarían sin dudarlo, pues el único criterio de acceso es tener mucho dinero y gastarlo a espuertas. En el mundo antiguo, llevar mal puesta una corbata era motivo suficiente para el ostracismo.

De ahí su angustia. ¿Qué hacer cuando ser muy rico no basta para conformar tu identidad, para distinguirte de la plebe? ¿Cómo se calma eso? Un príncipe ruso arruinado seguía siendo un príncipe ruso, aunque viviera entre cartones, pero uno de estos ricos, al arruinarse, no se distingue de un cajero de supermercado, ya no sabe cómo mirar por encima del hombro a nadie. Esto es una manera insólita de narrar la riqueza desorejada.



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