Poco o nada tienen que ver las amenas noches del Trastévere con esta última en el Foro Itálico de Roma, plomiza, envuelta de anestesia, sin diversión. Y eso que sobre la pista está Carlos Alcaraz, con lo que ello suele conllevar; esto es, como mínimo algo de fantasía, independientemente de que el rendimiento sea mejor o peor. No esta vez. En esta ocasión, al número tres del mundo tan solo se le ve disfrutar cuando escucha durante un receso la melodía de Karol G, pero al menos le queda un consuelo que no es menor. Por primera vez pisa los octavos del Masters 1000 de Roma gracias al triunfo contra Laslo Djere (7-6(2) y 6-2, tras 1h 43m), sintetizado en la estadística: casi el doble de errores (28) que de tiros ganadores (15). En cualquier caso, progresa y el martes se encontrará con un adversario mayor, el ruso Karen Khachanvov (6-3 y 6-0 a Francisco Passaro).
Extraño el inicio, en el que Alcaraz amaga con marcharse y después, sin demasiada explicación, empieza a sumergirse en una fase de incomodidad que plantea un escenario inesperado. El español no atina al resto y Djere (29 años y 64º de la ATP) se sitúa por delante, break arriba, sin haber reunido excesivos méritos para alcanzar la privilegiada posición, más allá de la corrección y el confiar luego en que la imprecisión creciente del rival se agudice conforme avance el parcial, todo el rato a trompicones. “No le hago daño”, lamenta el de El Palmar hacia su banquillo. Y, efectivamente, la bola a la que no resistía el serbio en los primeros compases va perdiendo mordiente y todo se dirige hacia la pastosidad, la espesura.
Ni uno ni otro se divierten. Ni uno ni otro entiende nada. Lo mismo se inventa el balcánico un cañonazo asombroso que calcula tan mal la dejada que la bola bota en campo propio, y otro tanto por parte de Alcaraz. Después de haber enderezado más o menos el curso del partido, otra vez equilibrio, escora en exceso un revés en la red y acto seguido tira demasiado largo el derechazo. De la nada, un fuego. 6-5 abajo, otra vez, y tirón de orejas de Juan Carlos Ferrero, el hombre del gesto pétreo. “¡Que de noche no te coge tanto efecto la bola!”, le previene el técnico, que agradece la colaboración final de Djere, al que se le había agarrotado el brazo y que tampoco acierta, demasiado concesivo, poquita fe. Así, harto complicado para él.
El serbio no solo no lo cierra, sino que se queda desnudo en el desempate, decantado a base de deméritos. Con un poco de orden y una dosis de rigor le basta a Alcaraz, consciente de que el de enfrente no se lo termina de creer, diluido y desarmado, hasta cierto punto satisfecho de haber conseguido llegar hasta ahí porque, otra vez, Djere no siente por momentos el músculo flexor y al mismo tiempo le duele la inserción del tendón en el codo. Es decir, feo, muy feo para él. Salta el fisio a la pista y masajea las dos caras del antebrazo, dedos adentro, pero al dolor físico se añade la punzada de haber dejado escapar el set inicial y ahora todo son males. En paralelo, gana paz el murciano.
Tenista de sensaciones, Alcaraz navega con frecuencia en función de lo que le suscite el momento, y la pista romana está esta noche más bien fría; casi llena, pero ambientalmente desangelada. Es tarde, asoma en el horizonte la jornada laboral del lunes y los jugadores tampoco han contribuido a que el personal de hoy se encienda, más allá de un par de pinceladas que no arreglan un episodio insípido en el que el serbio termina viniéndose abajo. No hay nada que hacer, maldice. Se le cae la raqueta y el público reacciona animándole, pero ni aun así: doble falta, otro break, más frustración (4-0) y, en resumidas cuentas, un desenlace feliz para el español en un día atípico: victoria, y poco más.
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