La elección como presidente de EE UU de John F. Kennedy en 1961, cuando el pequeño Robert Prevost apenas tenía seis años y se criaba en las afueras de Chicago, confirmó a los católicos estadounidenses por primera vez que uno de los suyos podía ser el máximo líder del poder terrenal en el país, tras décadas —siglos— de suspicacias. Ahora aquel niño servicial de Chicago, que jugaba a ser sacerdote, ha dado otro enorme espaldarazo a sus correligionarios. Por primera vez en la historia, se ha roto el tabú de que un estadounidense no podía ocupar la silla de San Pedro. Desde el jueves, el que fuera un chaval del modesto barrio de Dolton, en el extrarradio de la Ciudad de los Vientos, es León XIV, el líder de los 1.400 millones de católicos de todo el mundo.
“Es algo extraordinario”, asegura Dennis Carlotti, católico practicante y residente de las cercanías de Dolton de toda la vida, que, como otros vecinos, tras conocer el nombramiento se ha acercado a curiosear por las calles que vieron crecer al flamante pontífice. “Siempre nos habían dicho que un estadounidense no podía ser papa porque Estados Unidos ya es demasiado poderoso. Y ahora alguien de los nuestros, un niño de la parroquia de al lado, es nuestro papa. Es asombroso”.
Chicago se ha apresurado a reivindicar a su nuevo hijo predilecto. El estadio de los White Socks, el equipo de béisbol del que León XIV es aficionado, ha colocado un gran cartel de felicitación al nuevo papa. La pizzería en la que se reunía con sus familiares y conocidos en sus visitas presume de cliente eminente y tiene apartada la “mesa del Papa”.

Prevost tuvo, según lo describen quienes le conocen, una infancia muy clásica del “sueño americano”, de los Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta, de la explosión demográfica y la prosperidad de la posguerra que retrataban series de entonces como Papá lo sabe todo (Father knows Best). Es el menor de tres hermanos varones, apodado por los suyos Rob o Bobby. Su padre, Louis Prevost, era director de escuela y su madre, Mildred Martínez, bibliotecaria, con gotas de sangre criolla y orígenes españoles. Formaban una familia de firmes convicciones católicas, de misa dominical y dos tías maternas monjas. Vivían en una modesta casa de ladrillo de una sola planta. En el Dolton de aquellos años, los padres de familia fichaban para las compañías de ferrocarril o las fábricas de acero, las madres ayudaban como voluntarias en la escuela, y los niños iban a jugar a las casas de sus amigos en bicicleta.
Una vocación temprana
El futuro papa ya apuntaba maneras desde pequeño. Su hermano John ha contado que de muy niño le gustaba jugar a ser sacerdote y utilizaba galletas para imitar el rito de la comunión. Cuando tuvo edad, se hizo monaguillo de su parroquia, Santa María de la Asunción, en cuya escuela también estudió la primaria. Completó sus estudios escolares en un internado de los agustinos en Míchigan para niños que pudieran estar interesados en hacerse sacerdotes.
“Recibíamos una muy buena educación y se nos invitaba a considerar la posibilidad de una vida de sacerdocio”, recuerda el padre Bill Lego, compañero suyo en aquel instituto, después en la Universidad católica de Villanova, en las afueras de Filadelfia, en el seminario, en Saint Louis, y en sus estudios de Teología, de regreso en Chicago.

En sus años de adolescencia, el futuro León XIV ya mostraba “capacidad de liderazgo”, reflexividad y “sentido del humor”, asegura Lego, ahora párroco en la iglesia de San Toribio, en el sur de Chicago. “Es una persona que cae muy bien”, puntualiza, “nunca he conocido a nadie a quien le pareciera antipático”. Es aficionado al tenis y el béisbol, y le gusta comer pizza cuando ha regresado durante los veranos para ver a su familia, por lo que ha apuntado su hermano John.
Los caminos de Prevost y Lego se separaron cuando el futuro pontífice, “uno de los más inteligentes de la clase, si no el más inteligente” según su amigo, fue seleccionado para continuar estudios de Derecho Canónico en Roma y aprender idiomas: que se sepa habla, además de inglés, castellano, francés, portugués, e italiano. Ambos volverían a coincidir como misioneros en Perú, donde Lego estuvo destinado entre 1982 y 1993 y León XIV a lo largo de diversas etapas entre 1985 y 2014, aunque no trabajaron juntos.
“Es una persona muy inteligente, que digiere y retiene muy bien la información. La procesa con cuidado; no es alguien que se precipite a tomar una decisión. Delibera mucho y reza mucho antes de decidir”, cuenta el párroco. “Es una excelente opción como papa”, añade.
Al frente de la Iglesia católica, Prevost “pondrá el foco en ayudar a los pobres y en vivir los evangelios. También en crear comunidad. Es un papa agustino, y los agustinos nos basamos en la vida de comunidad, compartirlo todo, las cosas materiales que usamos, pero también nuestras vidas espirituales, nuestras batallas, nuestras satisfacciones”, augura Lego.
A su experiencia de misionero se suma la de superior general de los agustinos, un puesto en el que visitó más de cincuenta países. “Tiene experiencia en diferentes estilos de la Iglesia en distintos puntos del mundo, conoce culturas diferentes”.
Un mundo muy distinto
El mundo que conoció Prevost en su infancia ha cambiado mucho. El nuevo pontífice ocupará la silla de San Pedro en momentos de graves tensiones internacionales, de divisiones en el mundo y dentro del propio Estados Unidos en torno a la inmigración y una política cada vez más polarizada. El mensaje globalizador de la Iglesia católica choca con las marcadas tendencias al aislacionismo y el proteccionismo que se extienden por el planeta.
Aquel barrio en el que se crio también es muy distinto. Las familias blancas que componían más del 90% de la población se han ido marchando hacia otros barrios. Ahora es una zona habitada mayoritariamente por afroamericanos, un 94% de los residentes; las banderas del orgullo negro ondean en muchas farolas. En el área metropolitana de Chicago, los feligreses católicos, 2,1 millones de un total de cerca de seis, han dejado de ser mayoritariamente polacos, italianos o irlandeses para incorporar a fieles latinos que hablan español. Entre una parte de ellos la política de cierre de la inmigración y las deportaciones masivas —criticadas en redes sociales, aparentemente, por el nuevo Papa antes de serlo— es una pesadilla diaria.

La antigua vivienda de los Prevost, la modesta casita de un piso, que ya no pertenece a la familia desde hace tiempo, estaba en venta esta semana, aunque el nombramiento del papa ha llevado a su propietario a retirarla del mercado, al menos de momento.
La vieja parroquia de Santa María de la Asunción cerró sus puertas hace 13 años y la archidiócesis la vendió en 2019. Su solar y sus instalaciones han cambiado de manos al menos en tres ocasiones. Sus dueños actuales no tienen muy claro qué quiere hacer con ella. Uno de ellos, Joe Hall, que la inspeccionaba este viernes, reconoce: “Cualquier plan que hubiéramos tenido acaba de quedar paralizado”.

Quizá ahora se acabe transformando en un museo, como el hogar natal de Juan Pablo II. Mientras tanto, se ha ido deteriorando a ojos vistas. El suelo del antiguo gimnasio escolar se hunde; los bancos de la iglesia están amontonados en las antiguas aulas. Un pájaro ha aprovechado lo que fue una canasta de baloncesto para construir un nido. Donde estuvo el sagrario hay una enorme pintada en colores rojo, azul y naranja; los confesionarios han perdido las puertas; un enorme agujero en el techo deja pasar la lluvia y el viento. Donde hubo una estatua, ahora se lee un grafiti: “Oh, My God” (Oh, Dios mío). Solo las vidrieras se mantienen intactas, y tiñen de colores la luz que se refleja en las paredes.
“Dice mucho del estado de la Iglesia católica hoy día por estas partes, ¿no? La composición de la sociedad ha ido cambiando. Las parroquias cierran y una asume las funciones de tres o cuatro. A misa van pocos. Sobre todo es la gente mayor”, cuenta Carlotti, el vecino del barrio. “Ojalá el ejemplo del papa sirva para dar un nuevo impulso”.
Es una esperanza que comparte el padre Bill, el párroco de San Toribio, uno de aquellos sacerdotes que ha visto cambiar gradualmente a sus feligreses. Su comunidad había sido de origen polaco; hoy es mayoritariamente latina. “Quizá, siendo el papa de Chicago, más gente joven se plantee una vida religiosa. Puede ocurrir, cuando hay una conexión, con la ciudad o el país, y puede dar un impulso”, opina.
El obispo de Chicago Lawrence Sullivan también se suma a las expectativas. “La elección de un nuevo santo padre ya ha traído nueva energía, y me encantaría que continuara. Que nos dé nuevas oportunidades para centrarnos en el mensaje de Dios, y en que hay muchas más cosas que nos unen de las que nos dividen”, sostiene.
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