Altagracia E. pensaba quedar con una de sus hijas el 6 de febrero de 2023 para ir a comprar cosas para el bebé que la joven esperaba. La mujer se había hecho cargo dos semanas antes de la gestión de un bar a las afueras del municipio madrileño de Pezuela de las Torres (989 habitantes) en el que se ejercía la prostitución. Allí, se hacía llamar Katy. Era lo que en ese mundo se conoce como la mami o la madame.

Hacía también solo unos días que había empezado a frecuentar el establecimiento otra mujer prostituida llamada Lucía Leila G., aunque entre esas cuatro paredes era Lorena. El cruce de estas dos mujeres fue fatal. Altagracia no llegó a ir a comprar las cosas para su nieto aquel día. Cuando su hija llegó al bar, su madre yacía muerta con 23 puñaladas en una de las minúsculas habitaciones traseras del local. No se lo quisieron decir en ese momento por miedo a las consecuencias para ella y su bebé.

Ese día, las dos mujeres se encontraban en el desvencijado establecimiento en medio de la nada. Al lado, hay un camping de caravanas y cerca también se encuentra una vivienda en la que reside el antiguo propietario del bar. Nada más entrar al local hay una pequeña barra y a través de un pasillo se llega a las habitaciones, pequeñas, solo equipadas con una cama. También se puede acceder a ellas desde un patio trasero.

A primera hora de la tarde, aparca a las puertas Sebastián E. con su Peugeot plateado con una abolladura en la puerta trasera derecha. No es la primera vez que va, hace tiempo que conoce a Lucia Leila, ya desde cuando ejercía la prostitución en Parla, en 2021, y después en Illescas (Toledo). “Más que su cliente, era su amigo”, define él su relación. También la acercó y la fue a buscar las dos veces que acudió al club de Pezuela.

Pero ese día, llevaba de copiloto a Jonathan M., el sobrino de Leila Lucía, con una misión. “Él fue echándose un porrito y mirando el móvil y, cuando llegamos, estaba su tía esperando en la puerta. A mí me pareció ver el filo de un cuchillo, pero no sabía nada. Mi relación con Lucía se basaba en no preguntar”, aseguró ante el juez este hombre.

Apenas unos minutos después, la mujer y su sobrino salieron apresuradamente del establecimiento y empezaron una huida que fue captada por algunas cámaras de tráfico y videovigilancia. Altagracia yacía en su habitación con rejas en las ventanas, al lado de la cama de colcha morada, enfundada en una bata gris rasgada por las embestidas de un cuchillo de cocina con mango negro. Una de las 23 puñaladas estaba en la espalda, los forenses creen que la recibió cuando trataba de escapar de su agresores.

Durante tres semanas, el trío formado por Sebastián, Lucía Leila y Jonathan se han sentado en el banquillo para responder por este crimen en la Audiencia Provincial de Madrid. Para tía y sobrino, la fiscalía pide 24 años de prisión porque los considera coautores de un asesinato, una muerte en la que la víctima no tuvo posibilidad alguna de defensa. Para Sebastián solicita 10 años al acusarlo de ser cómplice. Las forenses concluyeron en su informe que solo una persona apuñaló a Altagracia y los investigadores apuntan al sobrino de Lucía como la mano ejecutora.

“Varias testigos explicaron que habían discutido porque Altagracia decía que las mujeres tenían que pagar comisión por los servicios dentro y fuera del local y Lucía no estaba de acuerdo. Por lo que esa misma mañana ella había anunciado que se iba a marchar de ese sitio”, apuntó el investigador de homicidios de la Guardia Civil que instruyó el caso. Pero antes de irse, Lucía tomó una decisión irreversible y llamó a su sobrino para que la llevara a cabo, según concluyó la investigación.

La reconstrucción del crimen hecha a base de testimonios y pruebas físicas recogidas en el escenario indica que la acusada y su sobrino entraron por la puerta trasera, él se cubrió la cara, sorprendieron a Altagracia en su cama y la atacaron salvajemente. Ella gritó y trató de escapar, pero fue imposible. Una de las testigos gritó en busca de ayuda, pensando que esa figura encapuchada era un ladrón, pero en ese momento vio a Lucía a su lado, que le espetó: “No te metas”.

Dos guardias civiles de Criminalística explicaron en el juicio que en el cuchillo con el que se perpetró el crimen había restos de sangre de Jonathan, y su ADN también se halló en el cadáver de Altagracia, así como en la bata que llevaba la mujer. Tras las detenciones, los agentes intervinieron un gorro negro, un pasamontañas, una mochila y unos guantes que presuntamente llevaba el autor material el día del crimen y que tenían restos tanto suyos como de su tía. Además, las antenas telefónicas también sitúan a los tres sospechosos en el lugar de los hechos, aunque después cambiaron de línea telefónica.

Los dos acusados como coautores declararon al final del juicio y ambos aseguraron no recordar lo sucedido en esa habitación. Según Lucía, llamó a su sobrino para que fuera a recogerla, y cuando estaba allí forcejeó con la víctima al pedirle el dinero que le debía y esta sacó un cuchillo. “Sentí un escalofrío de pies a cabeza y no recuerdo lo que pasó, sí que recuerdo un forcejeo con la señora. Me siento mal porque no recuerdo nada, yo la dejé viva”, relató el sobrino.

Ambos fueron detenidos intentando huir. A ella, le pusieron las esposas a punto de subir a un avión, de hecho estaba ya atravesando el conocido como finger, la pasarela que conecta las instalaciones con el avión. Pocos días antes había comprado en una agencia de viajes un billete solo de ida con destino Bogotá. Para detener a su sobrino, la Guardia Civil desplegó una vigilancia de 24 horas porque no se encontraba en casa y acabó siendo localizado en la estación de tren de Chamartín con una mochila y un nuevo móvil con otra tarjeta telefónica, preparado para coger un tren.

La familia de Altagracia ha acudido a todas las sesiones del juicio. A una de sus hijas le dio un ataque de ansiedad que le impidió declarar. Todas ellas, a través de su abogado César Barrado exigen justicia y esperan ansiosas el día del veredicto, que se dará a conocer a mediados de la semana que viene.



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