La fumata blanca pilló casi por sorpresa a los miles de fieles que se acercaron este jueves a la plaza de San Pedro con la mirada fija en la pequeña chimenea que asoma por el tejado de la Capilla Sixtina. El humo blanco comenzó a salir del humero a las 18.08 horas, cuando muchos pensaban que la primera votación de la tarde había sido infructuosa y esperaban el resultado de la segunda, que podría llegar a partir de las siete.

En la plaza, ya abarrotada, se comenzaron a oír tímidos aplausos cuando las pantallas gigantes mostraron las imágenes de la chimenea rodeada por una pareja de gaviotas con su cría. “La Sagrada Familia”, se oía bromear. En ese momento se sentía la tensión y una inmensa curiosidad colectiva. Todos buscaban las pantallas gigantes que retransmitían continuamente la imagen de la chimenea en directo. “¿Qué pasa? ¿Ha salido ya?”, se escuchaba en varios idiomas. La falsa alarma duró apenas unos instantes.

Poco después, la plaza estalló en aplausos, al tiempo que el humo blanco salía a raudales. El sonido imponente de las campanas de la basílica de San Pedro se mezclaba con el ruido de las palmas, los gritos de júbilo, los vítores de “¡viva el Papa!”. Según las autoridades italianas, 50.000 personas se congregaron en la plaza de San Pedro y los alrededores para conocer al nuevo Papa.

La gente corría por las calles aledañas para coger sitio e intentar ver mejor al nuevo Pontífice, y los controles de seguridad para acceder a la plaza se fueron llenando rápidamente. “Vamos, vamos, por ahí”, se escuchaba en varios idiomas. Decenas de periodistas y fotógrafos se apresuraban a ir de un lado a otro, también con sus cámaras al hombro. A cada paso, una televisión entrevistaba en directo a alguno de los presentes para preguntarle por sus impresiones. “Un saludo para Andalucía”, dijo un joven a una televisión, mientras un reguero de personas lo esquivaba para ponerse a la cola para entrar en la plaza.

Desde la inmensa plaza, el humero que anuncia al mundo el resultado de las votaciones del cónclave se veía minúsculo y distinguir el humo, sobre todo al inicio, resultó difícil. Suerte que las pantallas gigantes esparcidas por toda la zona, incluidas las calles aledañas, facilitaron la labor.

Con la fumata aún humeante, un grupo de operarios y gendarmes del Vaticano comenzó a colocar vallas en la parte frontal de San Pedro para situar a los grupos de personas que iban llegando. Los tejados de los alrededores se iban llenando también. En una azotea de un edificio de dentro del Vaticano se congregaba un nutrido grupo de sacerdotes y monjas, vestidos con los hábitos protocolarios negros y blancos. Las terrazas y los balcones de los últimos pisos de los alrededores estaban también llenos de focos y cámaras de televisión.

Recuerdo de los pobres

Antes del anuncio, en el centro de la plaza, grupos de fieles rezaban, cantaban y reían para hacer más llevadera la espera. Algunos se habían quedado después de haber contemplado la fumata negra de la mañana. “Esperamos que el próximo Papa se acuerde también de los pobres, como Francisco”, decía Rosella Bertoldi, que estaba allí con su grupo de la parroquia del barrio romano de la Balduina. “Hoy va a ser el día; si hay fumata blanca no queremos perdérnosla, queremos decir al Papa que estamos con él”, añadía su esposo Gianfranco Tommasi media hora antes de que el humo blanco comenzara a brotar por la chimenea y antes de conocer al nuevo pontífice.

A su lado, otro grupo cantaba canciones religiosas para amenizar la espera. “Nos ha faltado la guitarra, pero nos sobra ilusión”, aseguraba Piero Tigrosi, catequista de una parroquia romana. Otro conjunto rezaba en francés. Una familia de turistas chinos grababa a un lado y a otro, y el padre parecía no dar abasto con su teléfono. “Nosotros no rezamos”, aseveró, haciendo el gesto de oración con las manos, al tiempo que negaba con la cabeza. “Somos turistas”, añadía, mientras seleccionaba la próxima imagen para encuadrar con la cámara del móvil.

Los alrededores del Vaticano se transformaron en una amalgama de fieles, turistas, peregrinos del jubileo y curiosos que se encontraban en Roma por motivos diversos, pero que pasadas las 18.00 horas de la tarde se convirtieron en un único grupo con la mirada clavada en la pequeña chimenea que asoma sobre el tejado de la Capilla Sixtina.

Los ensayos de las bandas musicales del Vaticano y de Italia, que tocaban los himnos de ambos estados, amenizaron la espera de unos tres cuartos de hora entre la fumata y el anuncio oficial de Habemus Papam. Cuando el cardenal protodiácono de la Iglesia católica, Dominique Mamberti, salió al balcón central de la basílica de San Pedro para desvelar al mundo la identidad del nuevo Papa, la plaza volvió a estallar en un gran aplauso al unísono. Por todos lados ondeaban banderas de España, Colombia, Venezuela, Panamá, Brasil, Corea del Norte… La multitud miraba atentamente hacia la basílica. Se escuchó el esperado “Cardenal Prevost. Papa León XIV” y la plaza respondió de inmediato: “Viva León XIV”, “¡León, León!”, con una sola voz.

Mientras, los cardenales esperaban en los balcones laterales de la basílica a recibir al nuevo pontífice. “¡Viva el Papa!”, coreaba la plaza. “¿Es americano?”, “¿Estuvo en Perú?”, se escuchaba entre los asistentes que buscan información del nuevo pontífice en sus teléfonos, aunque la cobertura en ese momento era muy deficiente. “También es peruano”, leía uno.

La plaza de San Pedro acogió con júbilo el primer discurso del nuevo Papa, que se presentó al mundo hablando de paz, de diálogo, de inclusión y de la necesidad de tender puentes. El aplauso se amplificó cuando pronunció unas palabras en español para recordar su paso por Perú. También se oyeron fuertes las palmas cuando mencionó a su predecesor, el papa Francisco, y le agradeció su labor. El nuevo Papa León XIV pidió a los fieles rezar juntos y se hizo un silencio sepulcral en ese momento, hasta que todos comenzaron a recitar el Ave María.

Después de la agitación propia de ese momento, la plaza comenzó a vaciarse a la misma velocidad a la que se llenó.



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