Quedaban cinco segundos y Kevin Punter cogió la pelota porque suyos habían sido los últimos cuatro puntos, porque si alguien tiene cabeza y muñeca para estas situaciones es él. Pero defendió el Mónaco con fiereza, como lo ha hecho durante toda la serie, consentido en demasía por los colegiados, y el brinco de Punter fue forzado, también un lanzamiento desde muy lejos que ni siquiera tocó el aro. Sonó la bocina y también la balada triste de la parca, el adiós azulgrana.

Perdió el Barça por un punto y se quedó con ganas de la Final Four, lejos y hasta ya quiméricos los laureles de 2003 y 2010, imposible igualar —e incluso superar porque tenía el factor campo en contra— el récord del Madrid (en 2023 y ante el Partizán), de remontar una eliminatoria que se puso 2 a 0 en contra. Era un duelo al rojo o negro, al todo o nada. Y el Barça sacó la carta torcida, de bruces contra el parquet, por más que el orgullo ante las adversidades le valiera para rozar la gesta. Pero la victoria fue del Mónaco.

Tiene la afición monegasca la liturgia de aplaudir y mantenerse de pie hasta que su equipo encesta la primera canasta. Pero, por una vez, costaba oír el repicar de las manos cuando el Barça cogía la pelota, sobre todo cuando Satoransky dirigía el ataque, jugador al que le han cogido una tremenda ojeriza. A los dos minutos, en cualquier caso, todos se sentaron tras el mate de Diallo que encendió el pebetero, que explicó que cualquier excusa era buena para subir los decibelios. Ya sabía el Barça que se encontraría en la Salle Gastón Médecin un ambiente de lo más hostil, público que se vanagloria del estilo duro y al límite del reglamento que practica su equipo. Tensión, nervios, corazón caliente y aliento desde la grada, un cóctel difícil de digerir aunque lógico en un quinto partido. Pero ni con esas se amilanó el Barça.

Arrancó el equipo de Peñarroya con un mate de Satoransky y otro de Anderson, previo vuelo a lo Air Jordan para coger el rebote. Pero tenía más, como dos triples que secundó Punter; un comienzo que argumentaba que el Barça ya le había perdido el miedo al rival, que se veía capaz de todo y más. La puesta en escena, sin embargo, tampoco descompuso al Mónaco, equipo de figuras como Mike James, antaño un fenómeno de puntos en las manos y ahora un excelente director de orquesta porque así lo ha moldeado Spanoulis, antes el colectivo que el ego. O como Diallo, que firmó nueve de los 13 primeros puntos, un ala-pívot que podría jugar de lo que quisiera, coordinado como pocos, atlético, carne de NBA. O incluso como Strazel y Okobo, bases que ven el pase que otros ni sueñan. Un mejunje que rebajó el suflé —también lo hizo Parker, que ya se sabe que tira y luego levanta la cabeza, errático toda la noche—, pero no la gazuza azulgrana, que cerró el primer acto con Willy Hernangómez de nuevo capo en la botella, cuatro puntos arriba (15-19).

La debilidad monegasca bajo el aro ha sido el único punto negro en la eliminatoria, por lo que Spanoulis llamó a filas a Papagiannis, Big Papa, 2,20 metros de altura e inédito en la serie, un gigante para recuperar la fe en el rebote. Pero no fue solo eso, pues el talludo pívot gusta salir de la zona, también expresarse desde la periferia. Un incordio inesperado que activó a Blossomgame, mantuvo la excelencia de Diallo y agitó a todo el Barcelona menos a Punter, jugador con molde para los grandes escenarios, templanza hecha baloncestista. Tampoco a Anderson, que vive en su mundo del show must go on, tan americano, tan locuelo en unas ocasiones como pragmático en otras. Pero Parker no estaba, empecinado en jugárselas todas, y el Mónaco iba de menos a más, como el fortachón y provocador Blossomgame —cualquier canasta valía para sacar músculo—, con un amenazante 45-39 al entreacto.

Por entonces ya había jugado un minuto Villar, un junior con el futuro a sus pies, pero junior al fin y al cabo, señal de que al Barça le han crecido los enanos en el curso, lesionados de gravedad Metu, Laprovittola y Núñez, también un Vesely que entra y sale de la rebotica sin parar. El envite, sin embargo, tan exigente y caliente, era para jugadores con callo. Y en eso tiene un máster James (máximo anotador de la historia de la Euroliga), que regresó a la cancha en ebullición, estirón para poner los puntos sobre las íes, para decir aquí estoy y yo este es mi Mónaco. Pero ni con esas ni con un arbitraje casero muy de quinto partido, perdió el hilo al partido el Barça, ahora inspirado por Hernangómez y por Anderson, dispuestos a pelear en cada jugada, a achicarse frente al baloncesto de contacto tan al uso del rival. 65-62 con el epílogo por disputarse, la Final Four a la vuelta de la esquina.

Volvió con nuevos bríos el Barcelona, sin protestar faltas que eran, centrado a lo suyo, sin caer en la trampa rival. Triple de Brizuela, la mejor versión de Fall en el curso con seis puntos de carrerilla y el Barça por delante. Hasta que Big Papa dijo lo contrario, dos triples y un corazón de hielo, 15 puntos sin fallo alguno en el lanzamiento. Tocaba el momento Punter, el jugador que quiere la pelota naranja, que no le pesa la responsabilidad, que también la encesta. Tiro en suspensión y 81-82 para el Barça con 1m 40s por jugar. Puede que Strazel hiciera también su canasta, pero Punter forzó la personal y metió los dos siguientes tiros libres. La pelota, entonces, la cogió James, claro, quién si no, y retó a Punter, tan activo en ataque como desabrido en defensa. Y de ese baile de cinturas se llevó el premio James. Bandeja y a defender, chof y a negarle el tiro o, al menos, el acierto a Punter. Dicho y hecho, Final Four al canto. Justo lo que se perdió el Barça.



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