Friedrich Merz lo ha logrado… Pero no tiene motivos para festejar. Ha recibido el peor castigo y la mayor humillación posible. Va a entrar en los libros de historia de Alemania como el primer aspirante a canciller que no obtuvo suficientes votos en la primera vuelta de la elección obligatoria y secreta en el Bundestag. Hizo falta una segunda votación ―también secreta― horas después, y entonces obtuvo una mayoría más que suficiente, 325 apoyos, nueve por encima de los 316 necesarios. Vivimos conmocionados por unas horas, pero al final ganó la sensatez. Europa no está para bromas. Sin embargo, esta primera votación desastrosa para Merz también ha dejado claro que no es popular ni en la opinión pública alemana ni en su propio partido ni, por supuesto, entre los afiliados del SPD, que se han tenido que plegar a un matrimonio de conveniencia que les hace sentir incómodos: sobre todo, a las Juventudes Socialdemócratas. Su mandato empieza con mal fario.

En el último sondeo que la televisión pública ZDF da a conocer cada semana sobre el sentir político de los alemanes, saltaba a la vista el disgusto generalizado con el nuevo inquilino de la Cancillería Federal. Merz está en las últimas filas de popularidad entre los políticos más conocidos. Un 56 % de los ciudadanos no cree que sea la mejor opción como canciller. Solo un 48% aprueba el acuerdo de Gobierno de conservadores y socialdemócratas. En la CDU hay un ala, la más fundamentalista, que aún no ha digerido que la República Federal se vaya a gastar una fortuna en los próximos años en defensa y reformas varias cuando sigue sin saberse cómo se van a pagar las pensiones de las próximas generaciones. Entre los socialistas, el anuncio del cierre inmediato de las fronteras y la política rigurosa contra la inmigración ilegal sigue planteando dudas, especialmente entre quienes continúan defendiendo la tradición de un país que respeta la dignidad de todos, también de quienes huyen de la guerra y la miseria.

Merz es un cuerpo extraño en el mundo de los políticos tradicionales. Muchos lo ven como demasiado “empresario”, como alguien que ha trabajado muchos años en el sector privado y que considera al país como una compañía en la que él es el presidente del Consejo de Administración y el que decide sin tener mucho en cuenta la opinión de los demás consejeros. Carece de ese toque humano que le acercaría a la gente de a pie. Promete “reformas y más inversiones” pero no parece ser consciente de que otros muchos antes que él fracasaron porque no tuvieron en cuenta que la República Federal acepta los cambios solo en dosis homeopáticas. Las mujeres, especialmente, se muestran muy reservadas ante un político “muy de la antigua Alemania occidental”: católico, conservador y alejado de la idiosincrasia de los compatriotas del Este del país.

Las últimas horas de máxima tensión política vividas en Alemania benefician, naturalmente, a la extrema derecha. Que el futuro primer ministro alemán no haya recibido un apoyo masivo a la primera siembra las dudas sobre su futura trayectoria y capacidad de gestión. Merz representa también las dudas que muchos ciudadanos sienten frente de la clase política tradicional. Alimenta el molino de aquellos que ven la democracia como un sistema fallido, que pretende imponer líderes y doctrinas desacreditados. Ahora hay que demostrar a Alternativa para Alemania y a sus seguidores que están muy equivocados.



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