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Un auto con la palabra Fortulee en el parabrisas recorre, dos o tres veces por semana, las polvorientas trochas de la convulsa región colombiana de Arauca. Al volante va Álvaro González, un comunicador social de 65 años. A su lado, Patricia Uribe, su esposa y compañera de ruta, psicóloga de 61. Llevan 15 años desafiando la guerra y sembrando paz a través de la lectura en los siete municipios que conforman este departamento fronterizo con Venezuela, controlado por grupos armados enfrentados entre sí, y a donde pocos se atreven a ir.
En todo este tiempo han ido a unas 200 veredas. Cada libro o cada cuento leído en voz alta, cada tertulia literaria realizada, es para ellos un pequeño triunfo. Arauca es un territorio atravesado por la violencia, considerado el principal bastión del ELN, la última guerrilla activa en Colombia. Su reciente ruptura de las negociaciones de paz con el Gobierno intensificó las tensiones, agravadas por la presencia de las disidencias de las extintas FARC.
El ELN tiene mucho poder en la región. La guerrilla se ha incrustado en sus dinámicas sociales, políticas y económicas. Pero, con los libros como salvoconducto, Fortulee se ha movido con relativa libertad, aunque la prudencia es siempre aconsejable. Don Álvaro conoce Arauca como pocos. La ha recorrido palmo a palmo desde su juventud, cuando trabajaba para una compañía alemana vinculada a la explotación petrolera. Defendía los derechos de los campesinos frente a empresas como Ecopetrol y Occidental, que llegaban con promesas de desarrollo y, en ocasiones, denuncia que terminaban engañándolos. El petróleo, lejos de traer prosperidad, generó sobre todo violencia. El escenario además se complicó cuando comenzaron los secuestros por parte del ELN.
Fue durante esa época cuando su vida dio un vuelco. Un día de marzo de 2003, agentes del Estado lo abordaron. Sabían de su cercanía con las comunidades y le ofrecieron dinero a cambio de información. Le propusieron infiltrarse. Se negó y empezaron las amenazas. Tuvo que refugiarse en Bogotá, pero meses después denuncia que fue víctima de un montaje judicial, acusado de pertenecer al ELN.

Pasó dos años y medio en prisión hasta que, en 2005, fue absuelto por el delito de rebelión por el que lo habían acusado. “Lo que viví en la cárcel fue duro e, incluso, al principio, pensé en el suicidio. Pero terminó siendo clave para lo que vino después”, confiesa. Entre rejas, acabó en la biblioteca. Organizaba actividades y tertulias e impulsó Mentes Libres, una iniciativa premiada por el Ministerio de Cultura. “Uno allí no pierde la libertad de pensar. Descubrí el poder transformador de los libros. Obras como Los Miserables, de Víctor Hugo, me marcaron profundamente”, asegura. Cuando salió, Patricia lo esperaba. Juntos decidieron replicar la experiencia vivida en prisión, pero esta vez por todo el territorio araucano. Así nació Fortulee.
Su llegada a una vereda suele ser un acontecimiento. Niños y niñas salen al encuentro del vehículo con curiosidad a preguntar qué libro traen. María, de 9 años, está despierta desde las 3:00 de la mañana y, antes de venir a la escuela, ordeñó las vacas, ayudó con el desayuno y barrió la casa. Luego caminó más de una hora para llegar puntual a clase a las 7:00. Muchos niños aquí comienzan su día antes del amanecer. Y, en algunos casos, son también sobrinos, hijos o nietos de alguien vinculado al conflicto armado.
El hecho de que alguien vaya y realice una actividad con ellos genera una gran emoción. “Siempre decimos que primero queremos formar excelentes seres humanos y después grandes lectores. No adoctrinamos a nadie, solo ayudamos a abrir la mente. Y no se trata de leer por leer. A través de los libros, los niños descubren que no están condenados a repetir las historias de dolor que los rodean”, señala Patricia. Sin embargo, las visitas a una misma vereda son, como mucho, tres al año. La falta de libros atractivos en las escuelas y el escaso hábito lector de los docentes limita el impacto del proceso. “A veces un solo profesor atiende todos los grados. ¿Cuándo puede leer con ellos?”, se pregunta. Incluso con acceso a internet, el potencial se desaprovecha. “Tienen conexión, pero falta acompañamiento”, añade.

Las secuelas del conflicto armado no siempre son visibles, pero están ahí. “Cuando un niño descubre un libro, recibe un abrazo o simplemente se siente escuchado, eso es profundamente sanador. Muchos han vivido pérdidas, desplazamientos, abusos. Por eso también sacamos tiempo para escucharlos, orientarlos y recordarles que no están solos”, concluye Patricia. En ese contexto, Fortulee ha evitado indirectamente que muchos niños terminen en un grupo armado. “Una vez, en un retén, un comandante de la guerrilla me dijo en tono burlón: ‘Don Álvaro, con ese cuentico de la lectura, nos está quitando a los chinos’ (jóvenes)“, recuerda. ”Nunca le decimos a un niño que no se vaya a la guerra. Solo le ofrecemos otra opción. Si lo hiciera, al segundo día seguramente amanezco muerto”, explica con crudeza. El reclutamiento sí sigue presente: “Muchas veces se van por voluntad propia. Se enamoran de alguien del grupo o simplemente se cansan de una realidad sin oportunidades”, explica.
Fortulee cumplió 16 años este 28 de abril. A Patricia y Álvaro les preocupa el futuro del proyecto, que nadie tome su batuta. Un 70% de su labor es altruista. “No hay apoyo y hacemos rendir lo poco que conseguimos”. Están convencidos de que si en cada vereda existiera un programa de lectura semanal, cambiarían muchas cosas.
Escribir su propia historia
Durante estos 16 años, Fortulee también hace una tertulia literaria cada sábado en Fortul, el municipio araucano donde viven, y a la que acuden más de 100 niños y jóvenes para leer, debatir y compartir ideas. Esas tertulias le cambiaron la vida a muchos de ellos, como a Danna e Inocencio, que lograron abrirse su propio camino. Danna Tamarón tiene 18 años y asiste desde los diez. Su primer libro fue El Principito. Lo ha leído seis veces y no se cansa. También admira profundamente a la escritora Isabel Allende. Si todo va bien, estudiará psicología en Bogotá. Quiere especializarse en sexología y terapia de pareja. Su reto es poder empoderar a muchas mujeres de su región para enfrentar la cultura patriarcal dominante. “Aquí, las historias de maltrato son pan de cada día. A veces quisiera salir corriendo de la impotencia”, confiesa.

Danna recuerda que Don Álvaro siempre le animaba a leer libros por su cuenta, y cómo en un viaje a Bogotá, su mamá la llevó a una librería y le dijo que eligiera el libro que quisiese. Eligió Amiga, date cuenta, y ahí nació su compromiso feminista: “Los libros tienen el poder para cambiar vidas. Son como un bote salvavidas que nos permite tener momentos para escapar del mundo real y soñar”. Ella tiene también en su mamá un espejo donde mirarse. De familia campesina con seis hermanos y luego madre soltera, logró licenciarse en pedagogía infantil.
Inocencio Mosquera es otro soñador enamorado de la literatura y orgullo de Fortulee. Pudo obtener una beca en una de las mejores universidades del país para estudiar lenguas, cultura y ciencia política. Sus ganas de aprender lo llevaron a Alemania, donde hoy ejerce de profesor de alemán dando cursos de integración para migrantes. “Los libros me abrieron la puerta a otras realidades”, señala vía WhatsApp este joven que se siente identificado con Tom Sawyer.
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