Hay apenas un puñado de fotos públicas de César Gutiérrez Marín, el último superviviente del Escuadrón 201, fallecido este fin de semana a los 100 años. Pasaron un siglo de acontecimientos históricos frente a esos ojos que en todas las imágenes devuelven un gesto afable y risueño. El joven militar, el sargento adulto y, más tarde, el veterano retirado, ya anciano, sonríen a medias y arquean levemente la ceja, un gesto petrificado ya para la historia de un país que ahora rinde homenaje al último de los héroes que batallaron en nombre de la patria en la Segunda Guerra Mundial. El batallón 201, cuyos miembros son conocidos como los Águilas Aztecas, fue el único que participó activamente en la contienda, en la liberación de Filipinas, en la que México consolidó el prestigio internacional que se había labrado en la década anterior gracias a su postura antifascista. Es también la única ocasión en la historia en la que el país ha mandado a sus soldados al extranjero, tal fue la importancia de la hazaña.
Gutiérrez Marín, nacido en Hermosillo (Sonora), en 1924, se convirtió en soldado de Transmisiones del Ejército Nacional con apenas 17 años, en 1942, cuando se conformó el Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM) del que pasaría a formar parte. Esta unidad, fundada por el presidente Manuel Ávila Camacho como un anexo de refuerzo para las fuerzas aéreas estadounidenses, supuso un giro en la neutralidad que había mantenido México hasta entonces en el conflicto bélico, al que sin embargo no era ajeno.
El país norteamericano había sido el único en oponerse a la anexión de Austria por parte de Alemania, por ejemplo, señala Fernando Serrano Migallón, de la Academia Mexicana de Historia. “[El presidente Lázaro] Cárdenas había tenido una posición anti Eje muy clara”, incide. La relación de México con los contendientes era, aún con todo, complicada: el país había recibido a Trotsky a pesar de la oposición de la Unión Soviética, y las fuerzas aliadas no habían mirado con buenos ojos la nacionalización del petróleo.
“Esto se rompió cuando dos submarinos alemanes hunden dos barcos mexicanos”, señala el experto. Se trataba del Potrero del Llano y del Faja de Oro, dos tanques que abastecían de petróleo a Estados Unidos. Aunque este fue el detonante de un episodio histórico por multitud de razones, apunta el también historiador David Jorge, del Colegio de México, la participación activa de México en la guerra no se entiende sin “la política exterior de prestigio desplegada en los años 30”, cuando el Gobierno mexicano se puso a la vanguardia “frente a la agresividad fascista y en defensa de la integridad territorial, la independencia política y las normas de convivencia internacionales”. “Fue realmente importante para asentar la respetabilidad ganada”, sostiene.
La soledad con la que el país había encabezado previamente la lucha contra el fascismo, con la defensa en los foros internacionales de la Segunda República Española, que no encontró eco entre las democracias europeas, contrastó entonces con un terreno fértil donde desarrollar activamente su posicionamiento. Este alineamiento es clave para entender el recuerdo que hoy se tiene de aquel episodio: México se puso no solo del lado correcto de la Historia, sino también del lado vencedor.

César Gutiérrez Marín, jubilado desde 1970, fue galardonado junto al resto de sus 300 compañeros de batallón con la medalla Servicio en el Lejano Oriente el 20 de noviembre de 1945 gracias a su participación en el equipo de comunicaciones durante la liberación de las Filipinas. “México desarrolló una instrucción militar enfocada en el servicio de Transmisiones como servicio indispensable en el marco de la táctica bélica a partir de 1934, con la formación del batallón mixto de Transmisiones”, especifica Abigaíl Campos Mares, historiadora de la UNAM. Es en esa unidad en la que trabajó Gutiérrez Marín, que le sirvió numerosas concesiones y homenajes a lo largo de su vida. El último fue este mismo febrero, en la Casa de Retiro para Militares de Jiutepec, en el Estado de Morelos, donde residía el veterano y al que acudió en silla de ruedas, notablemente limitado pero con la misma mirada risueña de años atrás.
El episodio que protagonizó el sargento marcó un antes y un después en las relaciones del país con el exterior, pero muy especialmente con su vecino del norte. “La entrada de soldados mexicanos a la guerra estableció lazos de colaboración importantísimos con el país que se volvió potencia indiscutible después de la guerra, Estados Unidos”, observa Abigaíl Campos. Ese inicio de alineamiento con el país anglosajón, apuntala también David Jorge, permitió “enterrar los posibles resquemores que todavía había por la cuestión petrolera”.
El panamericanismo se impuso a las rencillas históricas y marcó el paso de las relaciones que se establecerían después entre ambos países, pero también supuso un triunfo histórico en el interior. “Ávila Camacho logró su política de unidad nacional después de que el Gobierno de Cárdenas, con su política obrera y campesina, creara una división entre la derecha mexicana y las fuerzas progresistas”, relata Fernando Serrano Migallón: “Se reunieron por primera vez todos los presidentes, desde la Revolución, en un acto de solidaridad en el Zócalo de la capital”.
Ávila Camacho fue el último presidente militar de la historia de México y fue el que decidió crear y mandar el Escuadrón 201 a una guerra que le sirvió para ganar prestigio dentro y fuera del país. No se ha vuelto a producir un episodio así. México ha mantenido a rajatabla desde entonces su histórica neutralidad, y no ha vuelto a mandar a sus soldados a ninguna misión en el extranjero. A los que participaron entonces les erigió un homenaje en el bosque de Chapultepec de la capital, la Tribuna Monumental, también llamado Monumento a las Águilas Caídas, que recuerda a esta fuerza aérea que acaba de perder a su último testigo vivo. “Su legado perdurará y es ejemplo de servicio, espíritu de cuerpo y patriotismo para las generaciones de hoy y del futuro”, ha despedido el Ejército a su sargento.

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