El día que le robaron el bombo después de un España-Colombia en la Nueva Condomina, en Murcia, en junio de 2017, Manolo estaba hundido. “Es que sin bombo no soy nadie”, se lamentaba. Aquello era mucho más que un instrumento: era su primer apellido. Porque nadie sabía quién era Manuel Cáceres Artesero, pero todo el país sabía quién era Manolo el del Bombo. El hincha de España. El histórico aficionado ha muerto este jueves en un hospital de Vila-Real. Llevaba un tiempo viviendo en Moncofa, un pueblo de Castellón donde encontró mucha más soledad que en aquellas noches tumultuosas en los estadios que le hicieron famoso. Porque este aragonés, que ha fallecido a los 76 años, consagró su vida a la selección, a la que siguió por todas partes, incluidos diez Mundiales.

Aquel día triste y sin tambor, Manolo fue recibido por un enjambre de periodistas en el bar que regentaba en Valencia y que ahora lleva una sobrina. Allí había televisiones en directo para que contara sus penas. “Si Manolo pierde el bombo, disgusto, disgusto nacional”, cantaría el grupo Carolina Durante años después. El bar tenía tanto de bar como de museo. Su negocio estaba en un lugar que parecía hecho a su medida, en la plaza de la Afición, frente al estadio de Mestalla. En esa cafetería nadie buscaba alardes gastronómicos. La gente visitaba aquel santuario del fútbol para ver sus recuerdos y hacerse una foto con el personaje. Manolo sabía rentabilizarlo. Siempre vivió en estrecheces económicas y su popularidad fue una ayuda.

Tuvo una vida modesta, pero repleta de emociones balompédicas. El hijo de un peón de albañil de San Carlos del Valle (Ciudad Real) al que siempre le gustó el fútbol. Sus primeros años los pasó en Huesca, donde están enterrados sus padres y donde formó una familia y tuvo a sus cuatro hijos. Sus primeras tardes de fútbol fueron en la provincia: Huesca, Barbastro, Monzón… Era un joven que todavía pateaba el balón y al que le apasionaba este juego. En un partido se rompió el menisco y, después de la operación, le pidió a un amigo que conducía una ambulancia que lo llevara a ver un Zaragoza-Valencia.

Una anécdota que refleja lo que fue su vida. El fútbol antes que todo lo demás. Su mujer, harta de tanto balón y tanto viaje, acabó abandonándole. Manolo decía que llevaba con el bombo desde 1973, aunque su primer viaje con la selección, a Chipre, no se produjo hasta 1979. Su popularidad se disparó en el Mundial del 82, el del Naranjito. Ahí empezó también su relación con Valencia: la selección jugó sus primeros partidos en Mestalla, que entonces se llamaba Estadio Luis Casanova. Tres encuentros frente a Honduras, Yugoslavia e Irlanda del Norte que propulsaron la fama de este hombretón tocado con una boina que se elevaba sobre el público mientras le pedía, a golpe de bombo, nuevos gritos de ánimo para España.

Manolo 'el del Bombo' arenga a la tribuna sentado sobre la valla del estadio Santiago Bernabéu. La España de Santillana, Camacho y Arconada sucumbía 1-2 ante la Alemania de Rummenigge y Stielike. La derrota eliminaba a la anfitriona en su primer encuentro de la segunda fase del Mundial 1982.

El personaje era una aleación de pasión por el fútbol y gusto por la fama. Aquello le animó a viajar por todo el mundo detrás de La Roja. Tan célebre era que la federación le pagaba los viajes. No era difícil verle en el entrenamiento del equipo nacional saludando a los jugadores. Aquella obsesión por estar siempre presente le costó la ruina varias veces. Aunque siempre se rehacía y regresaba a las tribunas con su bombo a cuestas.

Del techo de su bar colgaban tres. Uno por cada uno de los éxitos recientes de la selección. Uno era el que zurró en la Eurocopa de 2008; al lado, el de la Eurocopa de 2012, y en el centro, el del Mundial de 2010. No falló en Sudáfrica, claro. Aunque, mediada la Copa del Mundo, empezó a sentir un dolor muy fuerte por culpa de una hernia y tuvo que regresar a España con urgencia. A prisa y corriendo, le puso solución y, después de perderse únicamente el cruce ante Paraguay, regresó al sur de África para animar a España frente a Alemania y en la inolvidable final frente a Países Bajos en el estadio Soccer City de Johannesburgo, donde alcanzó el éxtasis. “Ahora ya me puedo morir”, dijo después del archifamoso gol de Iniesta.

Su fidelidad a la selección y su empeño por seguirla a todas partes le sirvieron para integrarse en el imaginario de un país. En una pared de su bar aún cuelga la fotografía, uno de sus bienes más preciados, junto al rey Juan Carlos, que le entregó una placa en la final de Copa de 1983 por su contribución al fútbol español. Este jueves, al poco de conocerse su muerte, la federación española le dedicó un mensaje de recuerdo a través de la cuenta dedicada a la selección: “Ha fallecido uno de nuestros seguidores más fieles, quien siempre nos acompañó en las buenas y en las malas. Sabemos que seguirás haciendo retumbar nuestros corazones. Descansa en paz, Manolo. Nuestro más sentido pésame a sus familiares y amigos”.

Su último partido, ya más delicado de salud y con un ‘bypass’ en el corazón, un corazón rojo España, lo vivió a finales de marzo en Mestalla. Ya no era tan famoso y cada vez estaba más solo. Aquel España-Países Bajos fue, sin saberlo, su despedida del fútbol. El último golpe de un bombo universal.





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