China ha abierto por primera vez una tímida rendija de dialogo en la contienda comercial con Estados Unidos. Un mes después de que la Administración de Donald Trump arrancara la batalla arancelaria que ha llevado los gravámenes cruzados entre la primera y la segunda potencia económica del planeta a cotas inauditas, Pekín ha expresado este viernes que va a estudiar la apertura de una negociación. “Altos funcionarios estadounidenses han expresado repetidamente su voluntad de negociar con China sobre la cuestión de los aranceles”, ha señalado un portavoz del Ministerio de Comercio mediante un comunicado. “China está realizando una evaluación a este respecto”.

La nota subraya, además, que ha sido la Administración Trump la que ha llamado a la puerta, una cuestión esencial para Pekín en la narrativa de la pugna. “Recientemente Estados Unidos ha transmitido información de manera proactiva a China a través de las partes relevantes en muchas ocasiones, con la esperanza de iniciar conversaciones con China”, señala.

El gesto, de momento, es tímido. Pero indica que la República Popular no se ha cerrado del todo. Y establece además condiciones para esa posible interlocución. “Si Estados Unidos quiere dialogar, debe mostrar su sinceridad y estar preparado para tomar medidas para las cuestiones como corregir sus prácticas erróneas y cancelar los aranceles unilaterales”, advierte. “La posición de China es coherente: si tenemos que luchar, lucharemos hasta el final; si tenemos que hablar, la puerta está abierta”.

Sin gestos de Washington, añade el ministerio de Comercio, se corre el riesgo de que cualquier acercamiento se esfume: significaría “que Estados Unidos no tiene ninguna sinceridad y dañará aún más la confianza mutua entre las dos partes”. “Decir una cosa y hacer otra, o incluso intentar utilizar las negociaciones como pretexto para la coerción y el chantaje, no funcionará en China”.

El comunicado es un paso más en una cadena de pequeñas señales que ha emitido China en los últimos días. Hace una semana, el medio chino Caijing aseguraba que Pekín había tomado la decisión de eximir la mayoría de los chips de origen estadounidense de los aranceles de represalia del 125%. Aunque la noticia fue eliminada al poco, numerosos analistas la dieron por buena. Financial Times aseguró también la semana pasada que Pekín estudiaba eximir otros productos de la carga arancelaria.

A la vez, Pekín ha intensificado sus mensajes propagandísticos de resistencia, un indicio de que el camino va a ser largo y tortuoso. Y que puede implicar un grado de sufrimiento para la ciudadanía. El lunes, el Diario de Pekín, publicó un editorial con un llamamiento al pueblo Chino para que se preparare de cara a una “guerra prolongada”. El término elegido no es casual y está lleno de connotaciones: es una referencia a los famosos discursos de Mao Zedong, pronunciados en 1938 durante la segunda guerra sinojaponesa, conocida en China como la “guerra de resistencia contra la agresión japonesa”.

El editorial argumenta que la República Popular no debe dejarse llevar por la “opinión errónea” de que una victoria en la guerra comercial es inminente y que, dado que la Administración Trump da muestras de estar “flexibilizándose”, debe “hacer concesiones” y “alcanzar un acuerdo”. Considera que Pekín cuenta con puntos fuertes para resistir la intimidación estadounidense.

Mao ha resucitado como una referencia propagandística en la contienda arancelaria. En el fragor de los primeros disparos tarifarios de Washington y las contramedidas de Pekín, Mao Ning, jefa de portavoces del ministerio chino de Exteriores, colgó en redes sociales un discurso del Gran Timonel de los tiempos de la guerra de Corea, en el que el dirigente decía que depende del presidente de EE UU poner fin a la contienda: “No importa cuánto dure esta guerra; nunca cederemos”. El citado ministerio también ha publicado esta semana un vídeo en el que afirma de forma contundente: “El compromiso no te ganará misericordia, arrodillarte sólo invita a más intimidación”.

Leer las runas, en este punto, resulta peliagudo. Existen signos de inclinación al diálogo, y también de lo contrario. “Pekín ha enviado una clara señal de que no se dejará intimidar para llegar a un acuerdo”, valoran los analistas de Trivium China en un reciente boletín. “Apoyándose en la sagrada historia de su Partido”, añaden con un toque de ironía, “también está preparando a la población para una guerra comercial dolorosa y prolongada”.

En febrero, al poco de imponer la primer ronda arancelaria del 10% a China, Trump aseguró que esperaba hablar con su homólogo chino, Xi Jinping, en 24 horas. Tres meses después la conversación no ha sucedido y los impuestos estadounidenses a las importaciones de bienes chinos han subido hasta un 145%; China ha replicado con golpes especulares que han elevado hasta el 125% los gravámenes a los productos estadounidenses.

Ambas partes, añade Trivium, parecen haber entrado ahora en una fase de tibia distensión, lanzando globos sondas y amagando con pequeñas concesiones que dejan espacio para un eventual acercamiento. Pero otras voces, citadas de forma anónima por el diario hongkonés South China Morning Post, aseguran que China no tiene ninguna prisa por abrir conversaciones. Primero, porque prefiere esperar a ver cómo termina la negociación con el resto de países tras el periodo de gracia de 90 días concedido por Washington; segundo, porque le conviene aguardar a ver qué visión sobre China termina por imponerse en la Casa Blanca.



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